Hoy en día nos hemos acostumbrado a que la vida pase a toda velocidad por delante de nuestros ojos, sin que apenas nos dé tiempo de vivirla y, mucho menos, de disfrutarla. Vemos cómo las cosas y experiencias son, prácticamente, desechables y que nada nos dura para siempre. Por eso, valoramos cada vez más las experiencias únicas, aquellas en las que nos dedicamos un buen rato a nosotros mismos, a cuidar nuestro cuerpo y nuestra mente.
Puede que optemos por meditar, por hacer deporte o, incluso, por ir de compras. Pero también podemos elegir invertir un rato de nuestro tiempo libre en condiciones para cuidar nuestro aspecto, nuestro peinado y, en definitiva, nuestro estilo. Y en una barbería tendremos todo esto y más.
Siglos después, sobre todo desde 1960 con la influencia del particular estilo del grupo musical británico The Beatles -flequillos y melenas largas por doquier-, gran parte de las barberías fueron reemplazadas por las peluquerías modernas, en las que la costumbre era realizar únicamente cortes de cabello a las mujeres y donde se comenzó a aplicar, a partir de entonces, la misma técnica de corte a los hombres.
Tradicionalmente, las barberías eran puntos de encuentro entre los hombres. Allí se reunían, con sus cafés, copas y puros, y pasaban horas y horas en la más absoluta intimidad, en la que clientes y barberos se confesaban, comentaban sus inquietudes e, incluso, llegaban a hablar de moda y otros temas que jamás saldrían de tal círculo.
De un tiempo a esta parte nos encontramos de nuevo ante el renacer de las barberías, verdaderos oasis masculinos en los que se realizan cortes perfectos con técnicas tradicionales, arriesgadas y vanguardistas. Lugares en los que se ha devuelto a los hombres la costumbre de pasar tiempo juntos y a los que han vuelto los estilos únicos y las conversaciones interminables.
Por eso, repetimos… ¡Larga vida a la barbería!